Las primeras dos décadas del siglo XXI dejaron en evidencia que el cambio climático y el deterioro ambiental, impulsado por la actividad humana, son procesos galopantes que representan uno de los retos más grandes que vamos a enfrentar durante este siglo.
Es claro que como humanidad debemos actuar de inmediato si queremos revertir estos procesos, sin embargo, debido a la alta complejidad de los sistemas medioambientales, existen cientos de variables que impactan en menor o mayor medida al calentamiento global.
No existe una sola táctica que genere una solución definitiva, lo que nos obliga a generar soluciones en múltiples frentes: la dependencia de combustibles fósiles para generar combustión y energía, el uso de derivados de combustibles fósiles para generación de polímeros industriales de difícil degradación (plásticos), la enorme dependencia de ganadería industrial para alimentar a una creciente población, entre otros.
Evidentemente, la logística es un protagonista relevante en este juego y es un sector que contribuye al cambio climático. A parte de los retos que todos muy bien conocemos que hay en el sector, como el fortalecimiento de los canales de ventas digitales y el auge del e-commerce, los consumidores más exigentes que buscan menos tiempos de entrega y las mega ciudades caóticas que dificultan la movilidad, la logística también enfrenta el reto de reducir su impacto ambiental y contribuir a la construcción de un mundo sostenible.
Para lograr una logística sostenible con el medio ambiente debemos enfocarnos en dos ejes principales: a) La reducción de CO2 emitido por vehículos de carga y b) la reducción del plástico usado en centros de fulfillment y bodegas.
En esta ocasión nos vamos a enfocar en cómo reducir el CO2 emitido por vehículos de carga.
Para empezar, la mejor opción siempre es usar vehículos que no usen combustibles fósiles y que no emitan CO2. Esto se puede lograr impulsando la entrega de productos en bicicletas que pueden recorrer las ciudades de forma limpia y amigable con el medio ambiente. Esta solución es muy útil para la distribución de algunos tipos de productos, pero no toda la carga se puede distribuir en estos vehículos debido al peso o el volumen. La otra alternativa es usar vehículos de baja emisión como los carros, camiones o motos eléctricas, sin embargo, la cantidad de vehículos con estas características aún es limitada en especial en países en vía de desarrollo.
Si nos vemos obligados a usar vehículos que usen combustibles fósiles para realizar la distribución de productos, lo mejor que se puede hacer para disminuir la huella de carbono es recurrir a la tecnología: los algoritmos heurísticos y a la inteligencia artificial.
Supongamos que un camión debe realizar una ruta de 40 entregas. Este camión no usa ningún tipo de ayuda tecnológica y se basa en el conocimiento del conductor para definir el orden de las entregas y la definición de las vías por las que se va a transitar. Este método análogo puede llevar al camión a recorrer 70 kilómetros para poder realizar sus 40 entregas. Si asumimos una emisión de 150 gramos de CO2 por kilómetro recorrido, esta ruta estaría generando 10,500 gramos de dióxido de carbono para un total de 262.5 gramos por entrega.
Si este mismo camión usará un algoritmo para definir la ruta, vías y orden de las entregas, es posible que se lograra reducir la ruta a 55 kilómetros y la cantidad de dióxido de carbono se reduciría a 8,250 gramos para un total de 206.25 gramos por entrega. Esta reducción se logra debido a que estos algoritmos corren complejos modelos de optimización cuya función objetivo es minimizar la cantidad de kilómetros de la ruta.
Usando el mismo camión, el mismo tipo de combustible y las mismas entregas, es posible reducir en un 21% la emisión de dióxido de carbono